¿Qué te pasa
Buenos Aires?*
Mientras
caminas por la Avenida pensando lo extraño que es pisar hojas secas con tus
sandalias de cuero marrones, te alegras porque saliste de casa cuarenta y cinco minutos
antes y, esta vez, no vas a llegar tarde.
Fruncís el
ceño y entrecerrás uno de tus ojos cuando visualizas que hay como veinte
personas esperando para hacer lo mismo que vos. O parecido.
Pasa uno y
no para. Otro, tampoco para.
“Ahí viene”.
Ya se te cansó el brazo de tanto alzarlo a la altura de los hombros en clara señal
de esperar que alguien frene y te rescate de la quietud. Para y entonces, lo
predecible: sube gente, sube gente, sube gente.
A los lejos
aparece otro amarillo y obviamente, tomas la decisión incorrecta. Lo esperas a
él. Pero entonces, lo impredecible: no para.
“Allá viene
otro”. Pero entonces, lo impredecible II: tampoco para.
La señora de
atrás no para de hablar. ¿Qué cosas dice? Que
se yo. Murmura, refunfuña, secretea. Algo de la cadena de frío y los quesos
que lleva en su bolsa plástica creo. Dice que ahora vamos a tener que esperar
una eternidad porque, claro, ya pasaron cinco. En eso ves otra ilusión que se
acerca. “Esta chica trae suerte”, eso si se lo escuché fuerte y claro y no se porqué, pero se refiere a mi.
Repleto.
La séptima
es la vencida. Entonce subís, luchas para encontrar ese huequito y otra vez, lo
peor: ya no tenes puesto el prendedor que te regaló tu abuela.
Conservas
las esperanzas porque no ves de qué manera la llegada (ya tarde) a la facultad
podría ser más infame. Ingenuidad. Y entonces reflexionas: tenes veinticinco,
ya deberías saberlo.
El conductor
cambia de recorrido sin previo aviso y así nada más, de un tirón, te arranca la
posibilidad de elegir el mejor lugar para bajar.
Salir
cuarenta y cinco minutos antes hacia la parada del Bondi ya no es suficiente.
*Ciudad de Buenos Aires, 2009.
Mendoza, 2007. |