Se puede borrar y volver a escribir.

viernes, 18 de septiembre de 2015

Unodeldosmilnueve.

¿Qué te pasa Buenos Aires?*

Mientras caminas por la Avenida pensando lo extraño que es pisar hojas secas con tus sandalias de cuero marrones, te alegras porque saliste de casa cuarenta y cinco minutos antes y, esta vez, no vas a llegar tarde.
Fruncís el ceño y entrecerrás uno de tus ojos cuando visualizas que hay como veinte personas esperando para hacer lo mismo que vos. O parecido.
Pasa uno y no para. Otro, tampoco para.
“Ahí viene”. Ya se te cansó el brazo de tanto alzarlo a la altura de los hombros en clara señal de esperar que alguien frene y te rescate de la quietud. Para y entonces, lo predecible: sube gente, sube gente, sube gente.
A los lejos aparece otro amarillo y obviamente, tomas la decisión incorrecta. Lo esperas a él. Pero entonces, lo impredecible: no para.
“Allá viene otro”. Pero entonces, lo impredecible II: tampoco para.
La señora de atrás no para de hablar. ¿Qué cosas dice? Que se yo. Murmura, refunfuña, secretea. Algo de la cadena de frío y los quesos que lleva en su bolsa plástica creo. Dice que ahora vamos a tener que esperar una eternidad porque, claro, ya pasaron cinco. En eso ves otra ilusión que se acerca. “Esta chica trae suerte”, eso si se lo escuché fuerte y claro y no se porqué, pero se refiere a mi.
Repleto.
La séptima es la vencida. Entonce subís, luchas para encontrar ese huequito y otra vez, lo peor: ya no tenes puesto el prendedor que te regaló tu abuela.
Conservas las esperanzas porque no ves de qué manera la llegada (ya tarde) a la facultad podría ser más infame. Ingenuidad. Y entonces reflexionas: tenes veinticinco, ya deberías saberlo.
El conductor cambia de recorrido sin previo aviso y así nada más, de un tirón, te arranca la posibilidad de elegir el mejor lugar para bajar.





Salir cuarenta y cinco minutos antes hacia la parada del Bondi ya no es suficiente. 

*Ciudad de Buenos Aires, 2009.

Mendoza, 2007.

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